¿Vamos camino a una sociedad totalitaria?
Por Ernesto Martinchuk, periodista
– ¿Eres comunista?
– No, soy antifascista.
– Y desde cuando eres antifascista?
– Desde que conozco a los fascistas.
La imaginación es esa facultad de traer a la realidad lo ausente y es lo primero que proscribe un gobierno fascista. El fascismo se asienta sobre un dogma de la verdad, algo único y cierto que excluye todo lo demás por ser erróneo, pernicioso y porque no decirlo, pecaminoso. Al que está en el error, es necesario encasillarlo en la verdad, aunque no quiera. Y toda discusión disgrega, atentando contra la unidad de la Nación.
Estos categóricos principios -basados en una concepción heroica y militante de la vida- se han mostrado fascinante en teoría, y frustrados en la práctica. Tal vez, porque, más allá de su brillo apasionado, sean una falacia. En realidad, la verdad no es un estado definitivo, sino un proceso en el que intervenimos todos, con nuestros errores y la crítica de nuestros errores.
Cuando Hitler, en nombre de la unidad nacional alemana, comenzó su obra de sistemática segregación de sectores no fascista, Alemania era, tal vez, el área más rica de la cultura mundial, más allá de contar con una industria entre las más desarrolladas del mundo, y un ejército famoso por la pericia de su Estado Mayor.
Recordemos que la cultura alemana producía, en aquellos años, la revolución del sicoanálisis, el positivismo lógico, la poesía expresionista, la escuela hermética, la pintura y el cine que reflejaban el expresionismo de lo visual, la filosofía de la existencia, la música dodecafónica, la escuela de dialéctica de Frankfurt, la filosofía de los valores, además de algunos escritores líderes intelectuales de Occidente.
Thomas Mann, Stefan George, Sigmund Freud, Karl Jaspers, Oswald Spengler, Stefan Zweig, casi todos acerbos críticos del comunismo, fueron obligados a irse del país. Fue así como Alemania, gracias a ese nacionalismo, perdió su primacía cultural. Gracias a las directivas de ese patriotismo hitleriano, -guiado por un ex cabo que creía saber más que sus sabios generales- perdió la guerra, fue dividida, ocupada y vio destrozada la infraestructura de sus ciudades…
>>>“Gobierno de científicos”
>>>La batalla cultural
Existen dos frases que exigen una atención particular: “La batalla por Occidente es cultural” y “se ganará o se perderá en el campo de las ideas”. Ambos conceptos son aplicables, aunque no de manera taxativa a la Argentina de hoy y de siempre. Conviene recordar que todas las batallas de un pueblo son culturales porque atañen a la formación de su identidad y no a su mera existencia gregaria, y que no sólo se ganan o se pierden en el campo de las ideas sino en un territorio mucho más vasto: aquel donde se preservan y fortalecen las bases, las orientaciones que crearon la sociedad.
Podría decirse que la batalla cultural consiste en la construcción de un contrarrelato sobre temas que no son particularmente económicos, y si lo son, siempre tendrán un justificativo para tomasr las medidas que se tomaron. Entonces, los importante para la militancia, es ampliar el discurso fuera de lo económico, hacerlo accesible al ciudadano, para brindar a los jóvenes el conocimiento y la épica que los impulsan, -con una mística similar a una secta- a creer y defender, sin análisis y con total acatamiento, los desafíos que propone el líder.
>>>¿Qué pasa hoy?
Algunas veces esos imitadores tienen éxito por un período de tiempo, y trastornan todo el proceso del desarrollo de la sociedad argentina. Desde que el proyecto de los hombres del 80 quedó interrumpido en 1940, la Argentina no logró elaborar una continuación del crecimiento programado y realizado en esos 60 años. Podría decirse que los argentinos se dedicaron a disolver aquel proyecto constructor y civilizador.
La historia argentina –tantas veces vista como una riña económica, un enfrentamiento de intereses banderizos, una simultánea división de justos y pecadores- merece ser contemplada desde la amplia perspectiva de una contienda por afianzar la identidad nacional que trazaron los hombre de Mayo, y que el artículo 1° del Estatuto Provisional de 1815, resumía de este modo: “Los derechos de los habitantes del Estado son la vida, la honra, la libertad, la igualdad, la propiedad y la seguridad”.
Un símbolo de la extensa batalla cultural es la Constitución de 1853, cuyo luminoso preámbulo saña un nuevo triunfo de la identidad perseguida desde 1810 y cuya primera parte instrumenta los frutos de esa victoria, abriendo la Argentina hacia adentro y hacia afuera. Otro símbolo es la Ley Saénz Peña, que en 1912 perfeccionó el sistema de gobierno, al consolidar el voto y dar representación a las minorías.
La batalla cultural de la Argentina –en la cual deben participar los políticos, intelectuales, periodistas, sindicalistas, docentes y ciudadanos- debe centrarse en la implementación de una democracia moderna, plural y eficiente y no en su demolición o en su reemplazo por sistemas que la desnaturalicen hasta el punto de suprimirla.
Debe estar conectado para enviar un comentario.